miércoles, 8 de julio de 2009

fui en taxi hasta la agencia de pasajes. estaba pensado. saqué los boletos, el de vuelta nunca lo termino usando. regreso. preparo la mochila. y ese día me despido antes, y en taxi a la terminal. siempre justo, siempre a tiempo. espero, un cigarrillo, la música todo en su sitio. y la cadencia lenta para salir, la velocidad fría de la pampa, la luz mala, la luna, la ventana descubierta de lado a lado. ventanilla. se aparece un sonido y despierto con las luces del coche. llegaste. bajar, bajar. antes que nadie. antes que nadie, nadie. un motor inevitable me impulsa con tiempos justos, con un tempo exacto de bajar primera con la mochila puesta (jamás a la bodega, ni siqiera cuando llevo la guitarra). tremendo tocar zurdo la guitarra. y bajás y el aire ese. uf, ese aire el primer contacto con el rostro y con las manos. y enfría e impulsa. a los taxis, tantas ganas de llegar que aunque no me deje fumar lo tomo igual. y bajar la ventanilla, toda, y sacar la cara en el trayecto. cada vez se pone más oscuro, cada vez hay más arena y llega la calle como un túnel del tiempo, detectar por las luces la casa. y bajar y muchas gracias, previa pregunta por el clima. y basta. tener la llave, girar la llave, tomar el picaporte y abrir. y sacar la alarma y cerrar, cerrar la puerta con uno adentro. y basta. el segundero desaparece y todo tipo de vestigio de todo. no ser nada y serlo todo a la vez. basta respirar dentro del silencio para sentir que árboles, pasturas y aves, flora y fauna están respirando en su lugar. en lugar del silencio. y después es solamente cuestión de prender los fuegos en invierno, y sino es que hay que montarse a la arena para ir a saludar al palmario. y perderse en lo dorado y las canciones que haya. canciones. siempre las canciones esas.